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Eldarya Diaries I - Ni Kansas ni conejos

17/10/18

- Lyanna. Dime qué pasa. Por favor.

Aquello no era una pregunta. Era una súplica. Podía ver en sus ojos que realmente estaba preocupado. Realmente quería saber qué le pasaba. Y no sólo ese dia, que tan rara estaba. Quería saber qué había pasado en los últimos meses. 

La respuesta no era sencilla. ¿Por dónde empezar? Lo que le ocurría tenía su origen muy atrás. Nadie esperaba que pasara. Pero pasó. Rhaegar se fijó en ella. Había más mujeres. Muchas. Algunas más hermosas que ella. Como Cersei Lannister, tan bella como el mismo sol. Pero él se fijó en ella. Sólo los Dioses sabían por qué. 

Y ella... bueno, era una adolescente. Y él era un príncipe. Uno muy apuesto. Le regaló una corona de flores. Le compuso poemas. La buscó incansablemente, llenándola de cortesías. Lyanna se resistió al principio. Tenía que hacerlo. Aquello no era apropiado. Rhaegar estaba casado, tenía una familia. Ella tenía sus propios compromisos. Tenía un padre ante que responder, unos hermanos a los que no defraudar y un... Robert no había llegado a ser su prometido, pero todos asumían que era cuestión de tiempo. 

Robert la amaba, al igual que Rhaegar. Robert la había visto antes, mucho antes. La había visto pasar de niña cabezota a mujer de carácter. Conocía todos sus gustos y todas sus manías. Podía ser torpe, podía ser bruto. Era ruidoso y tenía mucho temperamento. Pero la quería, Lyanna jamás dudó de ello. Sin embargo... habían crecido conociéndose, sabiendo lo bueno y lo malo del otro. Casi eran familia. ¿Podía amarse a alguien al que se conocía casi tanto como a un hermano? Sentía cariño por él. Estar a su lado era... familiar. Como estar cerca de las brasas del hogar. Pero no sabía si podría convertirse en amor con el tiempo. 

En cuanto a Rhaegar... lo que despertaba en ella era puro fuego. Fuego del que lo arrasa todo a su paso, dejando un sendero de destrucción. Pero al mismo tiempo atrayente. Hipnotizante. La clase de fuego que no puedes dejar de mirar. De hecho, jamás consiguió evitar mirar a Rhaegar. Era hermoso, grácil, parecía sacado de un cuento de hadas. Y la quería con la misma pasión que ella sentía.

Rhaegar podía hacerla temblar con sólo tocarla. Cuando le dio el primer beso pensó que se desmayaría. Una vez estaba entre sus brazos lo último que deseaba era separarse de él. Esa era la clase de pasión que sentía. Durante mucho tiempo procuró mantener las distancias porque sabía que, de no hacerlo, la haría caer. Y temía las consecuencias.

Él, en cambio, no tenía miedo. Por eso se la llevó. La secuestró. O quizá ella se dejó secuestrar. Se la llevó, la enjauló en un lugar hermoso, pero la encerró al fin y al cabo. Al principio sus bellas palabras y sus gestos apasionados consiguieron aplacar sus reparos. Dejarse llevar era tan sencillo y lo había deseado tanto... Pero ningún fuego arde eternamente, y cuando tenían que parar no podía evitar sentirse culpable.

Decir que no fue feliz durante su encierro sería mentira. Sí lo fue. Fue feliz todas y cada una de las veces que la besó, la acarició y la tomó. Fue feliz cuando él le cantaba y le recitaba sus poemas. Fue feliz cuando la acurrucaba contra ella y le decía que no había nada de lo que preocuparse. 

Pero también fue desdichada. Cuando Rhaegar dormía, cuando se había visto obligado a dejarla sola... Lyanna había llorado amargamente, arrepintiéndose del momento en que cedió a sus pasiones. No tenía acceso a lo que ocurría en el exterior. Él no lo permitía, no quería preocuparla. Pero no lo necesitaba para saber que había obrado mal. Sabía que su padre sufriría su ausencia, sabía que sus hermanos querrían reclamarla, sabía que Robert pondría el grito en el cielo por ella. 

Sabía perfectamente que el precio de esa pasión que había dejado que la consumiera era demasiado alto. 

Rhaegar intentó negarlo. Intentó hacerla olvidar, intentó fingir que no importaba... pero importaba. Importaba tanto que no le quedó más remedio que reconocer que nunca serían felices. No podían serlo porque el fuego de sus corazones sólo podía destruir, jamás constuiria nada. 

De modo que acabó por dejarla marchar. Aunque ya era tarde. Ellos dos, refugiados en su pequeño mundo, habían arrasado con todo cuanto conocían. Nada podría volver a ser como antes. Nada. 

Lyanna regresó a casa, porque no tenía otro lugar al que ir. Su familia, o más bien lo que quedaba de ella, la recibió, porque pese a todo la querían. Pero ya nada sería igual. Podía verlo en sus miradas. No había nada que pudiera hacer para poner remedio. Su padre se había ido. Brandon también. Sólo quedaban Ned y Benjen... y Robert. Robert el grandullón, Robert el bruto... Robert, el que siempre la había querido y había estado buscándola. 

Ojalá ese fuera el final de la historia. Ella regresando y soportando en silencio los reproches que jamás le harían pero que sabía que merecía, mientras Rhaegar decidía qué salvar de los escombros que ahora era su familia. 

Pero no era el final. Era el principio.

- Estoy embarazada.

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